HISTORIA Y ENCANTO DE LA HACIENDA DE CIENEGUILLA
- Aguascalientes de México

- 28 oct
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A tan solo 37 kilómetros al suroeste de la capital del estado y aproximadamente 20 km al este de la hacienda de Peñuelas, se encuentra un destino que combina historia y paisaje. Para llegar, desde un camino estatal que va hacia el aeropuerto, se debe tomar un desvío a la derecha por una vía vecinal que atraviesa pequeñas comunidades como Buenavista de Peñuelas, Providencia de Abajo, Tanque de los Jiménez y San Pedro Cieneguilla. Un poco más adelante, un camino de terracería a la izquierda nos conduce directamente al lugar, situado a solo 4 km de la carretera hacia Villa Hidalgo.
El nombre “Cieneguilla” refleja la naturaleza del sitio: tierras húmedas con abundante agua, vegetación estancada y suelos fértiles.
La hacienda fue adquirida por los frailes de la Compañía de Jesús alrededor de 1615, quienes expandieron significativamente sus propiedades y la gestionaron con gran eficacia, consolidándola como un centro agrícola y ganadero de primer nivel. Para 1772, Cieneguilla ya era una de las haciendas más destacadas de la región, con un casco que albergaba a 460 personas y, veinte años después, contaba con 18 ranchos dependientes. Su riqueza incluía maderas de mezquite, tierras fértiles y la cría de caballos de raza española.
Posteriormente, el Conde de Regla adquirió la hacienda e intentó introducir ganado español para convertirla en un centro de reses bravas. En 1803 fue vendida al Conde Diego de Rul, quien mantuvo la tradición ganadera. Durante el siglo XIX, la hacienda comenzó a fragmentarse debido al avance del parvifundismo. Durante el Porfiriato, San José de Cieneguilla fue propiedad de Don Miguel Rul, senador por Aguascalientes, y su último dueño fue el ingeniero José Rivera Río. En 1906, antes de la reforma agraria, la hacienda contaba con casi 30,000 hectáreas y alrededor de 700 habitantes.
La capilla de Cieneguilla, construida en 1751 por Fray Sebastián de Vergara, presenta un diseño sencillo pero elegante. Su puerta polilobulada y los nichos vacíos en la fachada se complementan con un óculo que permite el ingreso de luz natural y un nicho superior sin figura. La torre de campanario remata con una pequeña cúpula y linternilla, característica de la arquitectura jesuita de la época.
La Casa Grande, imponente y robusta, conserva una torre de vigilancia, testigo de los tiempos de inseguridad por ataques de indios chichimecas, cuatreros y bandidos. Su entrada, con tres arcos de medio punto y una puerta finamente labrada, exhibe adornos de guirnaldas, hojas de acanto, ángeles y querubines. En el interior, los detalles escultóricos incluyen figuras de monstruos alados y arquería en bajorrelieve que demuestran un alto nivel artístico.
El patio central alberga una fuente rodeada de una huerta con árboles frutales, un espacio que en su momento sirvió de lugar de meditación para los frailes que habitaron la hacienda.

