La tradición de disfrazarse en Halloween tiene sus raíces en festividades antiguas, principalmente en el Samhain, una celebración celta que marcaba el final del verano y el inicio del invierno. Según las creencias celtas, durante el Samhain, la barrera entre el mundo de los vivos y los muertos se debilitaba, permitiendo que los espíritus cruzaran al mundo terrenal. Para protegerse de estos espíritus o confundirse con ellos, las personas usaban disfraces y máscaras. Se pensaba que si parecían espíritus, los fantasmas no los molestarían.
Cuando el cristianismo se extendió por Europa, muchas de estas tradiciones paganas se fusionaron con las festividades cristianas. Halloween, que es la víspera del Día de Todos los Santos, mantuvo varias de estas costumbres, incluido el uso de disfraces. Durante los siglos, la práctica de disfrazarse evolucionó y se volvió más festiva y menos centrada en lo espiritual. En los Estados Unidos, a fines del siglo XIX y principios del XX, se popularizó entre los niños como parte del “truco o trato”.
Hoy en día, la gente se disfraza en Halloween por diversión, celebrando con trajes de personajes de películas, monstruos, o lo que su imaginación permita. Aunque la conexión con los antiguos rituales se ha diluido, el espíritu de creatividad y celebración sigue presente.